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Una de las características más llamativas de la predicación apostólica era esto: comunicaba a hombres y mujeres la maravillosa experiencia de ser perdonados. Habrá notado usted el hecho inmensamente significante que la mayoría de las expresiones líricas de poesía y doxología en ambos testamentos celebra el perdón. “żQué Dios como tú...?” Exclama Miqueas (Mi. 7:18), desafiando en nombre de Jehová toda la pompa imperial de las terribles deidades de las naciones. Pero la importancia extraordinaria de esa jubilación profética yace en las palabras que siguen inmediatamente, qué muestra la acción característica del Dios de Israel dentro de la historia. No, qué Dios como tú que vuela en alas del viento y andas sobre las alturas de la tierra. No, qué Dios como tú que confunde las artimańas del pecador y tienes al malo en escarnio. Sino esto, “żQué Dios como tú, que perdona la maldad y olvida el pecado del remanente de su heredad? No retuvo para siempre su enojo, porque se deleita en misericordia. Él volverá de tener misericordia de nosotros. . .” (Miqueas 7:18–19). Esto, declaran los escritores de las Escrituras a una voz, es su corona de gloria--la última maravilla. Nada de extrańo que Samuel Davies cantara y nos hiciera cantar: Gran Dios de maravillas, todos tus caminos, Son dignos de tú ser divino. Pero las glorias de tu gracia, Brillan más que tus otras maravillas. Quién es un Dios perdonador como tú, żO quién tiene gracia tan rica y libre? La verdadera profundidad de la concepción cristiana del perdón, y el esplendor esencial de la experiencia cristiana, se descubre sólo a aquéllos que han enfrentado y respondido por lo menos a tres principios y preguntas ineludibles. En una forma u otra, estas preguntas se repiten continuamente. No sólo frecuentan el pensamiento de los teólogos sino también la lucha humana de siempre con la tentación. Confrontan a cada nueva generación y a cada alma individual, y exigen una respuesta. En particular se levantan, aunque sea inarticuladamente, de cada congregación reunida y se arrojan anhelosamente de aquí a allá fervorosamente. A veces puede ser con una desesperación apasionada en la persona que tiene que hablar a sus compańeros en nombre de Dios. żEstas preguntas y sus respuestas detallan para nosotros el sistema teológico de la salvación llamado soteriología--żcómo es que Dios nos salva? żLa primera pregunta es esta: es necesario el perdón? żEs necesario el perdón? Suponga que anunciamos a una persona que lo esencial acerca del evangelio es su ofrecimiento de perdón. De hecho, suponga que lo hacemos en las palabras de San Pablo: “Si algo he perdonado, por vosotros lo he hecho en presencia de Cristo” (2a Co. 2:10). Suponga que él replica: “Debe haber un error. Cristo ha venido a la dirección equivocada. żPerdón? żPara mí? żPor qué lo necesito? Sin duda hay suficientes que han errado y han hecho un embrollo de las cosas, por eso es que el mundo está en esta lamentable condición. żPero, yo? żQué he hecho yo para que tenga que perdonarme?” żCuál es la contestación apropiada para tal persona? Obviamente, hay los que no creen en el perdón de pecados porque no creen en la realidad del pecado. De manera que para contestar a la pregunta de si el perdón es necesario, debemos empezar muy atrás con el asunto del pecado. Y a esa sugerencia algunos responderían con un desafío arrogante y descarado: “żPecado? Ciertamente no irá a resucitar a ese viejo cuco.” El pecado se ve como la vieja tontería de un calvinismo antediluviano. Y aun cuando concedemos el hecho del pecado humano, “Abana y Farfar, ríos de Damasco, żno son mejores que todas las aguas de Israel?” (2a Reyes 5:12). “żNo es nuestro humanismo nativo mejor que el Jordán pasado de moda? Sea sensato. żPiensa usted que al poder detrás del universo le va a importar cómo yo escojo manejar mi vida? Tiene más que hacer.” La reacción común es que Dios palmeará la espalda del pecador un día y dirá: “Vamos, vamos. Yo sé que no quisiste hacerlo. No eres tan malo. El perdón no es necesario.” “Guárdalo para aquéllos que lo quieren,” nos dicen, “pero por favor no me lo ofrezca a mí.” El hecho es que culturas, sociedades, comunidades, naciones, y civilizaciones han caído porque sostuvieron el romántico mito del progreso inevitable. “Ninguna acumulación de evidencia contradictoria,” dice Reinhold Niebuhr, “parece perturbar la buena opinión que el hombre moderno tiene de sí mismo.” Se cuenta la historia de Federico el Grande, quién una vez escuchó un sermón que desahogadamente glorificaba la idea del progreso. El hombre era una criatura maravillosa que pronto se ocuparía de su salvación y haría de la tierra un paraíso. Pero Federico, crecientemente impaciente, oyó con desdén esa ociosa charla y murmuró: “Se ha olvidado del puro diablo en el corazón humano, las pasiones anárquicas del alma.” żQué de la persona que minimiza el pecado y niega que el perdón sea necesario? Incluso esta persona tiene punzadas momentáneas de inquietudes y auto acusación. “La mala conciencia,” escribe Brunner, “es como un perro encerrado en el sótano a causa de su hábito tedioso de ladrar, pero está continuamente observando para entrar en la casa prohibida para él y puede hacerlo en el momento en que su dueńo relaja la vigilancia.” La mala conciencia siempre está ahí. Es crónica, pero hombres y naciones parecen lograr un grado asombroso de éxito reparando su complacencia dańada e imponiendo silencio a su conciencia intranquila. “Tenemos iglesias,” escribió a P.T. Forsyth, “de las mejores y más amables personas que no tienen nada apostólico o misionero, que nunca conocieron la desesperación del alma o su gratitud sin aliento.” Una vez que se ha hecho a un lado, racionalizado el pecado, una doctrina de perdón siempre parecerá superflua y no pertinente. Nuestra tarea es proclamar comprensiblemente al mundo el juicio y la misericordia del Seńor, y al hacerlo demostrar la necesidad del perdón. El caos del mundo. Hay tres hechos de la vida y de la historia humana que demuestran la necesidad del perdón. El primero es el caos del mundo. Si algunos teólogos han intentado desechar la idea del pecado original, los reporteros de noticias que escriben sobre la situación actual están exponiendo la doctrina que yace profundamente en la conciencia del género humano. El editor de un periódico, al hacer un comentario sobre un acto de cruel tortura y asesinato que había sido cometido por tres muchachas adolescentes contra un compańero de clase, y buscando una razón de por qué, dijo: “Son jóvenes sin almas. Su generación los ha enseńado que nada es malo y nada es correcto.” Estamos siendo testigos hoy de cómo el fracaso moral de una generación vacía la visión moral de la próxima. El hecho es innegable. El mundo entero está enclavado en una gran dificultad trágica de pecado. Como dijera Juan: “El mundo entero está bajo el maligno” (1a Juan 5:19). El dilema del hombre es cósmico--el reino del pecado. No podemos desligarnos del problema. Considere la distorsión y la diablura del mundo; la disposición que es pecadora, y el prejuicio que estorba el espíritu. Ninguna persona que haya confrontado el caos del mundo puede mantener honestamente la pretensión mucho tiempo de que el perdón es innecesario. El carácter de Cristo. El segundo argumento que demuestra la necesidad del perdón es el carácter de Cristo. “Quizá yo no sea un santo, pero soy tan bueno como cualquiera otro,” dice alguien. Esa declaración podría tener alguna validez cuando uno se compara con otro. Pero el argumento se encoge cuando Jesús se le acerca, porque “Él tiene una belleza diaria en su vida que me hace feo,” dijo Cassio. Agustín, en sus ańos tempranos en la Universidad de Cartago, era un joven condescendiente consigo mismo, lleno de complacencia y transigencia. “Cantaban alrededor de mí en mis oídos,” dijo él, “un caldero de amores impíos.” Un día, sin embargo, Jesús cruzó su camino y él fue humillado hasta el polvo. “Me alcanzaste,” lloró Agustín, “por detrás, a mis espaldas, donde yo me había puesto todo el tiempo que prefería no verme, y tú me pusiste ante mi cara para que viera cuán vil era yo. Me vi y me horroricé.” “Entonces, vuelto el Seńor,” anota el evangelista, “miró a Pedro; y Pedro recordó la palabra del Seńor que le había dicho” (Lucas 22:61). Y este hombre fuerte salió y lloró como un nińo. El orgullo es deshecho por la santidad de Cristo. La anarquía de la persona con pretensiones de superioridad moral se derrumba. żDónde está, entonces, la persona que pueda traer su vida a la blanca luz del carácter de Jesús esa nobleza sin igual, esa espiritualidad sin medida, y que todavía piense que no tiene nada de qué ser perdonado? La cruz de nuestro Seńor. Si el caos del mundo y el carácter de Cristo no demuestran suficientemente que todos necesitan el perdón, la cruz de nuestro Seńor tiene que hacerlo. El Dr. E. Stanley Jones contó la conversión de un hombre que era oficial gubernamental en la India. Su trabajo lo llevaba fuera de casa, y allí era tentado y entró en toda manera de deshonestidad y vergüenza. Con el paso del tiempo, la carga de la culpa lo atormentó. Un día llamó a su esposa a su habitación y empezó a revelarle toda la infeliz historia. Cuando se dio cuenta del significado de sus palabras, ella se puso pálida como la muerte, tambaleándose cayó contra la pared, apoyándose allí con lágrimas en su rostro como si hubiera sido azotada con un látigo. “En ese momento,” dijo él después, “yo vi el significado de la cruz. Vi el amor crucificado por el pecado.” Y cuando hubo terminado, y ella le dijo que todavía lo amaba y no lo dejaría, y que ella lo ayudaría a una nueva vida, era la conversión—la salvación. Karl Barth lo puso así: “el Pecado nos abrasa cuando viene bajo la luz del perdón, no antes, el pecado nos abrasa entonces.” Lo que hizo la predicación apostólica fue mostrarnos a todos el significado de la cruz y nuestra propia aportación en ella. “Como especie,” dijo Forsyth, “no somos ni siquiera ovejas descarriadas o pródigos errantes, somos rebeldes capturados con las armas en las manos.” No debemos laborar bajo la noción equivocada de que en las corrupciones del mundo, en los odiosos males que han llevado a millones a la miseria, en las cosas en las que la cristiandad no tiene parte, que nuestras manos están limpias. Las cosas que crucifican a Cristo y arruinan al mundo entero son los pecados comunes de todos los días: el egocentrismo, el orgullo, la apatía, el cinismo, la flojedad, la falta de bondad, la oportunidad desaprovechada, el compromiso lastimoso --estos son los clavos y la lanza y la cruz. żNegará alguien, con Jesús colgado allí, que el pecado sea el enemigo crítico, la cosa más peligrosa e insaciable en el mundo, y que uno necesite ser perdonado personalmente? Yo creo que hemos contestado a la primera pregunta con cierto grado de minuciosidad. żEs necesario el perdón? De hecho, es necesaria para todos. Y hay una segunda pregunta: żEs posible el perdón? żEs posible el perdón? Que el efecto sigue automáticamente a la causa es el argumento de la humanidad. “Lo que el hombre sembrare, esto también segara,” declaran las Escrituras. “Como tiende el hombre su lecho, así yace en él,” es la noción popular. “El hombre llevará las consecuencias de su acción; el pasado, pasado es y está fuera de su control,” declare la mayoría. Hay verdad obviamente, en todos estas declaraciones. La pregunta es, żdónde puede entrar posiblemente el perdón? Ésta es la lectura lógica de la situación humana. Cada hecho malo lanzado en la corriente de la vida es como una piedra echada en el río. Las ondas se extienden en círculos extendidos sin detenerse hasta que llegan a la orilla más lejana. Así se propaga el mal. Antes de que el pecador sepa lo que ha pasado, el pecado se ha perdido de vista y está fuera de control. żCómo puede entrar el perdón redentor en tal situación? Pareciera no haber ninguna apertura en absoluto para él. Éste es el miedo de la vida y la literatura. De Sófocles a Shakespeare el testimonio es el mismo -- no hay camino para regresarse donde se empezó. Ese día, hace ańos, usted hizo su elección, y hoy está quemando sus manos. Le gustaría tirarlo, pero no puede. “De cierto os digo que ya tienen su recompensa,” dijo Jesús.” Lo trágico del pecado no es que falle su meta, sino precisamente que tiene éxito. Nosotros razonamos que el hombre debe escoger; y obtiene lo que ha escogido y termina encadenado a ello. "Dios acepta la emancipación del hombre de Él,” dijo Brunner, “y lo carga con su peso.” “El que es injusto, sea injusto todavía,” dice Apocalipsis. El dedo escribe y habiendo escrito: Se va; ni toda tu piedad ni ingenio Lo atraerá para cancelar media línea. Ni todas las lágrimas borrarán una sola palabra. Así es que la idea ha sido profundamente arraigada en la mente de muchos que el perdón no es posible. Pero nosotros sabemos que es posible con tal que entendamos qué es el perdón. żY eso nos lleva a una tercera pregunta: żQué es el perdón? żQué es el Perdón? El perdón involucra tremendamente tres realidades: absolución, pureza, y un proceso de vida. ĄAbsolución! El perdón significa un nuevo comienzo, otra oportunidad, un nuevo renglón -- es el levantamiento de la carga, la cancelación de la deuda -- la respuesta de Dios al lamento de una conciencia torturada. “Ten piedad en mí, oh Dios, conforme a tu misericordia; conforme a la multitud de tus piedades borra mis rebeliones,” oró al Salmista. Los escritores del Nuevo Testamento saltan sobre sus pies y hacen bocina con sus manos para gritarlo; cómo expresar esta verdad maravillosa con la ruina del discurso humano. ĄBuenas nuevas! Hay perdón en Dios. Hay una tierra de nuevos comienzos. Hay una fuente llena de sangre, Que fluye de las venas de Emanuel, Y los pecadores sumergidos allí, Pierden todas sus manchas de culpables. Pierden todas sus manchas de culpables. El perdón es la palabra que resuena como música a través de todo el Nuevo Testamento. Fue el impulso en el que la iglesia nació. Era lo que los primeros cristianos predicaron cuando entraron en el mundo griego fatalista, pesimista y lleno de miedo. “El fatalismo es una mentira,” clamaron ellos, "Dios nos da otra oportunidad.” Celso, el filósofo griego, escarneció el “raído” movimiento cristiano: "Todos los otros maestros,” dijo él, “llaman a sí las mejores personas, el habilidoso y el bueno, pero este loco de Jesús llama a sí al vencido y al quebrantado, a la plebe y a lo postrimero, a los fracasados y a la escoria.” Pero, lejos de avergonzarse por eso, la iglesia se glorió en ello. “Sí, es verdad,” dijeron ellos. “Cristo toma lo roto y derrotado, pero no los deja así. De los fracasados que tú desecharías Él las hace personas nuevas. Éstas son las buenas nuevas: ahora tenemos redención por medio de su sangre incluso el perdón de los pecados.” ĄPureza! Debemos ir más allá, sin embargo, en la definición del perdón. No sería apropiado detenerse con la absolución, grande como es. Darle una nueva oportunidad a una persona sin un nuevo corazón; perdonar el mal sin destruir el mal; absolver a las personas sin levantarlas; sería desmoralizarlos. Estimularía a pecar con impunidad y hacer de la gracia de Dios un cómplice continuo del mal. A veces nosotros acusamos a nuestros amigos católicos romanos de eso. Una persona va a confesión, obtiene la absolución, después sale y peca de nuevo porque el perdón le ha venido demasiado barato. Nuestros amigos lo resienten, y debidamente, porque eso no es lo que la iglesia católica romana enseńa. Sin embargo, ilustra un punto de vista subcristiano demasiado común en la historia de ambas tradiciones, la protestante y la católica, que es pensar del perdón en condiciones que se refieren a la seguridad o a la protección y dejar en libertad a los individuos de las consecuencias del pecado sin salvarlos del propio pecado. Hay dos teorías mayores del perdón que han descendido por los siglos, simbolizadas por dos dignas profesiones, la ley y la medicina. El abogado piensa en términos legales. Dios, para él, es el gran juez, y el hombre es un prisionero ante el tribunal de la justicia divina, después de haber quebrantado la ley de Dios. Cristo representa al abogado de la defensa, defendiendo el caso del pecador, cancelando su deuda. El concepto legal ha sido por mucho tiempo un enfoque dominante del perdón, y debidamente. Podría argumentarse que Pablo que era el enlace entre el mundo hebreo y el griego entró en las ciudades del imperio romano y tradujo la cristiandad de una concepción hebrea a modelos romanos de pensamiento. Su idioma era a menudo el idioma legal porque la mente romana era una mente legal. El argumento de la Epístola a los Romanos es de justificación por la fe, de cómo Dios puede ser justo y ser todavía el justificador del inicuo. A pesar de la Reforma, hemos heredado más o menos esa noción legal del perdón. En parte porque la Iglesia Católica Romana tomó la doctrina del perdón y edificó un sistema sacramental detallado alrededor de ésta--la adornó con la idea de premios, multas, penitencias, purgatorio, confesiones, absoluciones--y la gran verdad fue obscurecida por la misma maquinaria eclesiástica que fue diseńada para promoverla. No obstante, no debemos desechar el lenguaje de tribunal de justicia cuando pensamos en el perdón. El aspecto legal del perdón es válido. Todavía necesitamos ir más allá y detrás de ello para descubrir que Cristo no sólo vino a salvarnos del castigo del pecado, pero del pecado mismo. Por eso la profesión médica tiene una analogía quizá mejor para entender el significado del Nuevo Testamento para el perdón. El médico no piensa en condiciones de la ley sino de la vida. El pecado, para él, es una enfermedad que destruye la vida. El perdón es la cura para el pecado--la infusión de nueva vida para echar fuera el mal y restaurar la salud y la cabalidad. Cuando uno lee el Nuevo Testamento, descubre que Jesús no prestó atención al sistema de sacrificios del Templo. Él obtuvo el apodo de “el gran Médico.” Parecía no prestar atención a la noción legal. De hecho, A menudo tenía que chocar con las mentes legales para obrar su cura. Trajeron ante Él a una mujer tomada en el pecado. “La ley dice que merece la muerte, żqué dices tú?” Preguntaron ellos. Él no contestó. Inclinándose, escribió en la tierra. Cuando levantó los ojos, se habían ido. Nadie estaba allí, sólo la mujer. “żDónde están tus acusadores? żNadie te ha condenado?” “Nadie, Seńor,” contestó ella. “Ni yo te condeno, vete y no peques más.” Sus acusadores habían salido a salvar una ley. Él había salido a salvar una vida. El perdón significa absolución, una oportunidad nueva --y pureza, una nueva vida. ĄEl proceso de vida! El perdón no trata con una persona simplemente en lo que se refiere a la absolución y la pureza; es el arma cristiana para la redención social. Hay sesenta y dos palabras para perdón en el Nuevo Testamento. Veintidós veces significa perdón para otros. Sin eso, de hecho, no hay perdón para nosotros. Sospecho que usted está pensando ahora en la historia que Jesús exageró deliberadamente. Un esclavo debía diez mil talentos (diez millones de dólares), una cantidad imposible de reintegrar. Rogando de rodillas por misericordia, él fue perdonado y, entonces, a pesar de la misericordia mostrada a él, fue derecho de sus rodillas a retorcerle el cuello a un consiervo pobre que le debía veinte dólares. Jesús contó la historia para mostrar que las personas no son perdonadas si ellos no perdonan; que no tienen ningún parentesco con el Padre a menos que tengan el espíritu del Padre. No había nada legal en su pensamiento. El mensaje está claro: si usted no perdona, Dios no lo perdonará a usted. Él estaba pensando en la corrosión del alma humana que alberga odio y resentimiento hacia otro, y que es imposible que la gracia de Dios viva en un alma que no tiene gracia. Pedro quiso mantener el perdón un asunto legal y de estadísticas: “Seńor, żcuántas veces perdonaré a mi hermano que peque contra mí? żHasta siete?” Sabía que tenía que ser más de tres que eran la concesión de costumbre bajo la ley. Y Jesús le dijo: “Pedro, no hay límite para el perdón. No siete veces, sino setenta veces siete--cuatrocientas noventa veces.” Ésta es la estrategia del evangelio. Vamos al mundo como personas que han sido perdonadas de una deuda que nunca podríamos pagar. Y vamos armados con el espíritu de perdón para sanar las heridas, corregir los males, y cambiar las relaciones fracturadas. La oscuridad no puede echar fuera la oscuridad; sólo la luz puede. La ignorancia no puede echar fuera la ignorancia; sólo el conocimiento puede. El mal no puede echar fuera el mal; sólo la bondad puede. ĄMe pregunto! żNecesitamos empezar aquí con el perdón? “Padre, perdónanos, como nosotros perdonamos a los demás.” El Dr. Earle Wilson es un Superintendente General de La Iglesia Wesleyana, sirviendo en esa capacidad desde 1984. Su ministerio ha incluido el servicio como pastor y presidente de una Universidad Bíblica. Él y su esposa Sylvia tienen tres hijos y ocho nietos. Earle y Sylvia viven en Indianapolis, Indiana, EUA. Firmes en la fe –– Recursos de sermones  PAGE 2 45IJhjkj m L M ÷ ŘŮ•—˜˛łĽŚý¨ÇÝňáÓňĹňĹ˝ąĽą˜ąŠ˝Š˝|m^ąQąŠCŠhhhCJOJQJmH sH hr`VH*OJQJmH sH hr`V5CJOJQJmH sH hr`V5CJOJQJmH sH hr`VCJOJQJmH sH hr`VCJOJQJmH sH hr`V6OJQJmH sH hhhOJQJmH sH hr`VOJQJmH sH hr`VmH sH hr`VCJOJQJmH sH hhhCJOJQJmH sH  hr`V69CJHOJQJmH sH hr`VCJOJQJmH sH 4HIJhij¸ M ÷ $Bb‰ŻŘĂ`éééééäääâ×Čןźźźźź´´$a$gdhh $„@ ^„@ a$gdhh$„Đdđ`„Đa$gdhh $dđa$gdhh$a$$$d &d NĆ˙ PĆ˙ a$\I\ţţ`—˜˛łüDKzŮh &$‹%').+™/ś2ř3,4-4E4F46÷îééŢ÷÷÷÷÷÷ŇŢ÷÷Ţ÷÷ŢŇ÷÷÷÷ $„Đ`„Đa$gdhh $dđa$gdhhgdhh„Đ`„Đgdhh$a$gdhhÝŢţV_lm˛łf g h z | $$&$‹%Œ%˘%Ł%¤%).+/+I+J+M+O+ś2î2ń2@3H3ř3+4,4-4E4F4ňäňäňäŐäÇ佾ŚľäŐ䚵Ś‘ľäšľŚ‘äň䚅š…šäľvŚhhr`VCJOJQJmH sH hr`V5CJOJQJmH sH h30OJQJmH sH hr`V5mH sH hr`VOJQJmH sH hr`V5CJOJQJmH sH hr`VmH sH hr`VCJmH sH h]FCJOJQJmH sH hr`VCJH*OJQJmH sH hr`VCJOJQJmH sH hhhCJOJQJmH sH (F4G4M4N4!7$7<< <4<5<”<–<Ą<dCfCgCnC}R‘R*W+WÖZ×ZŘZ \\\\\;\<\řęŢęĐęřÁ˛¤ęř˛ęřę˛ę˛ę–ęřę‡x‡ętcXhhhh]FmH sH  h]F56CJOJQJmH sH h]FhhhCJOJQJhmH sH hr`VCJOJQJhmH sH hhhCJOJQJmH sH hr`VCJOJQJmH sH hr`V5CJOJQJmH sH hr`V5CJOJQJmH sH hćECJOJQJmH sH hr`VOJQJmH sH hr`VCJOJQJmH sH hr`VmH sH 6÷799Š:Ż:Ô:ű:-;< <4<5<”<ő=ě> ?1?S?|?Ľ?BeCńDgGîG÷÷÷çççç÷÷÷÷÷÷÷ŰŰçŰŰĎ÷÷÷÷ $„Đ`„Đa$gdhh $„p^„pa$gdhh$„ „Đ^„ `„Đa$gdhh$a$gdhhîGK´LÓMHO(R|R#SÁSTU*W”X”YŘY'ZbZšZ×ZŘZ\÷÷÷÷÷÷÷÷÷÷÷÷ëëëŰ÷÷ˇ#$d %d &d 'd NĆ˙ OĆ˙ PĆ˙ QĆ˙ $„Đ„Đ^„Đ`„Đa$gdhh $„ ^„ a$gdhh$a$gdhh<\=\C\D\E\F\G\I\J\îÚîĹîşś¨hr`VCJOJQJmH sH h]Fhhhh]FmH sH (h]F0J5CJOJQJmHnHsH u'hhhh]F0J5CJOJQJmH sH "jh]F0J5CJOJQJU\G\H\I\J\îěěČ#$d %d &d 'd NĆ˙ OĆ˙ PĆ˙ QĆ˙  Ć Ŕ!Đ(#€$d NĆ˙  °Đ/ °ŕ=!°€"°€#€$€%°°@œ<@ń˙< NormalCJ_HmH sH tH DA@ň˙ĄD Default Paragraph FontVi@ó˙łV  Table Normal :V ö4Ö4Ö laö (k@ô˙Á(No List 0>@ň0 Title$a$54B@4 Body Text$a$8P@8 Body Text 2$a$RC@"R Body Text Indent$ ĆĐ„Đ`„Đa$<Q@2< Body Text 3dŕCJRR@BR Body Text Indent 2„Đdŕ`„ĐCJ4@R4 Header  ĆŕŔ!4 @b4 Footer  ĆŕŔ!.)@˘q. 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